Cayo Plinio describió Astorga en el siglo I como la poderosa capital de la tribu de los astures. Su ubicación, muy cerca del Monte Teleno, la convirtió en una encrucijada para los pueblos celtas que habitaban en el noroeste de la Península, algo que tampoco pasó desapercibido para las tropas de la Legio X Gemina que establecieron allí su campamento durante las Guerras Cántabras que dirigió el propio emperador, César Octavio Augusto, en el siglo I a.C. El objetivo de esta campaña militar era tratar de controlar los ricos yacimientos mineros de la zona y establecer rutas más seguras para el oro que se extraía en el cercano paraje de Las Médulas y para el comercio con los puertos de la Gallaecia.
Aquel pequeño castro de los astures, rebautizado en honor al César como Astúrica Augusta, creció hasta convertirse en capital de uno de los siete conventos jurídicos, Asturum, en los que se organizó la provincia Tarraconense durante el Alto Imperio, abarcando el territorio situado entre el Mar Cantábrico y la Meseta Norte. De aquella época de esplendor, se conservan todavía parte de los lienzos de la muralla (aunque fueron muy reformados en la Edad Media), el foso del campamento, la domus del mosaico, el foro, los restos de unas termas, el sistema de cloacas y la ergástula (una cárcel para esclavos) que en la actualidad alberga un acogedor Museo que muestra al público el origen de la ciudad; pero la caída del Imperio Romano abrió un periodo desolador en la historia de Astorga que fue despoblada y destruida, sucesivamente, por los visigodos (siglo V) y los árabes (siglo VIII) hasta que el rey de Asturias Ordoño I ordenó su repoblación al Conde del Bierzo, a mediados del siglo IX, con familias procedentes de esta comarca leonesa.
El renacer de la ciudad coincidió entonces con el descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago, un acontecimiento que situó a la capital maragata en pleno camino de Compostela. Gracias a ello, se pudo reconstruir la muralla, se levantaron hospitales para atender a los peregrinos y resurgió una de las sedes episcopales más antiguas de la Península junto a las diócesis de Mérida y Zaragoza.
A partir de la Edad Media, se invirtió el proceso y Astorga comenzó a languidecer en favor de otras ciudades cercanas, como Ponferrada y León. Hoy en día, la ciudad es la tranquila capital de una comarca que atrae cada año a más turistas, deseosos de contemplar su patrimonio, degustar el cocido maragato y comprar dos de sus especialidades más típicas: el chocolate y las mantecadas.
En cuanto al origen de su diócesis, las primeras comunidades de cristianos se asentaron en Astorga por su privilegiada situación como cruce de caminos (paso natural de la Meseta a Galicia, Vía de la Plata, calzada a León y Zaragoza, etc.); por ese motivo, ya en el siglo III se tiene constancia de la existencia de una sede episcopal en la ciudad gracias a la llamada carta sinodial de san Cipriano de Cartago, un documento escrito en el año 254 que menciona, expresamente, a la sede de Astorga-León y a sus primeros obispos, Basílides y Sabino. El posterior resurgimiento de la ciudad, a partir del siglo IX, supuso la presencia ininterrumpida de prelados hasta la actualidad.
Este obispado es, hoy por hoy, uno de los mejores ejemplos de que los límites diocesanos no coinciden con los administrativos, pues la diócesis de Astorga incluye parroquias enclavadas en dos provincias castellanoleonesas (León y Zamora) y una gallega (Orense) y es sufragánea del Arzobispado de Oviedo junto a las sedes de León y Santander.
La Barrica de la Oca
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domingo, 6 de abril de 2008
Astorga
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